Yo adivino en tus ojos un reflejo de ensueños…
Luminosa gardenia saturada de mar…
Si el destino quisiera que yo fuera tu dueño,
¡Tú jamás en la vida me podrías olvidar!
Tu existencia de nardos y mi vida de glosas
formarían las cadenas que me unieran a ti.
Un secreto de luna y un sendero de rosas
soñarías cada vez que pensaras en mí.
Cada tarde pintada de quietud peregrina
volverán mis palabras a rozar tu candor;
y tendrán tus cabellos suavidad de neblina
y la brisa del alma me hablará de tu amor.
Yo quisiera por siempre alumbrar tu sendero
y que tú fueras siempre mi adorada ilusión;
porque sueño en tus labios la quietud del lucero
y en tu ser hay destellos de poema y canción…
Ni el silencio, ni el tiempo, ni la amarga distancia
borrarán de mi alma tu sonrisa sin par;
me diluyo en la brisa de tu nívea fragancia,
y por toda la vida… ¡yo te quiero adorar!
Gustavo Arevalo Pacheco
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